Volcán Barú - Reto Personal


Siempre he tenido la curiosidad de ir a ver si había nieve en la cima del volcán.  Había escuchado cuentos que me motivaban a querer ir, había otros que no tanto y unos cuantos que eran desmotivación total. Pero las ganas de tener experiencia propia por aquellas tierras, seguía presente. Y un día se me presentó la oportunidad, me dije “es ahora o más nunca”.

Después del trabajo el viernes, mi novio y yo viajamos directo a Chiriquí. Llegamos a las 11 de la noche al pueblo de Volcán, donde era el punto de encuentro con el grupo de senderistas y los guías. Nos recibieron en la casa de uno de los guías que estaba ya casi llena, tiramos nuestro colchón inflable en el piso y a dormir.

A la mañana siguiente, aun cuando el sol no terminaba de salir, ya nos estábamos alistando. Las señoras de la casa, muy amables, nos preparaban té caliente para el camino. Se siente genial estar en un grupo de personas motivadas y alegres preparándose para un mismo objetivo. En este tipo de paseos se te activa la célula de manada y unidad.

Nuestro objetivo era subir a la cima del volcán en un solo día, batiendo el récord de las horas que normalmente la gente se demora en subir; quedarnos allá a dormir y ver el amanecer desde la cruz que es el punto más alto de éste.

Yo sabía que la subida era difícil, pero mi imaginación no estaba ni cerca de lo que iba a experimentar esos días.

Varios carros nos llevaron hasta el punto donde empezamos la caminata, ya eran pasadas las 10 de la mañana y todo iba bien hasta que el camino se empezó a inclinar hacia arriba.
La ruta completa es casi de 8 kilómetros hasta la cima y la gente normalmente lo sube en varios días acampando y con toda su pasta para disfrutar el recorrido.  Pero nosotros no, íbamos casi corriendo porque estamos locos. Y la emoción/presión de grupo era tal que no recuerdo que en ningún momento me preocupé por el hecho de que yo no tenía las condiciones físicas para esa subida. “Ah que bestia, hay que hacerlo!” eso era lo que tenía en mente.
El paisaje era único, la temperatura era espectacular, lo necesariamente fría para mantenerme fresca y no tan fría como para congelarme, la pureza del aire era tal que dolían los pulmones al respirar.
Creo que lo que me mataba era la bendita mochila que pesaba como una persona pequeña y es que tenía que tener de todo para poder sobrevivir una noche y la ida de vuelta al día siguiente. Vi a varios pelaos, me imagino que experimentados ya en esa ruta, subir y bajarla el mismo día solo con una cangurera y una botella de agua en la mano, usando short, camiseta sin mangas y zapatillas cualquiera. Wao! Decía yo.

En el kilómetro 5 ya había gente llorando y vomitando debido al cansancio y falta de oxígeno, por suerte íbamos llegando.

Alguien había anunciado que si habíamos roto el record de no sé cuántas horas (en ese punto ya no podía escuchar nada, solo quería morir), y hubo aplausos y tal.

En ese punto de cansancio, más que una lucha con los dolores físicos es una lucha psicológica entre el “no puedo más” y “ya que llegue hasta aquí, debo continuar”. No recuerdo en que otro momento de la vida me he sentido tan abandonada de fuerzas. Algunos hasta se ayudaron con bebida fuerte, que la verdad no sé si les ayudo o les empeoro la condición física.

Llegamos al cráter del volcán casi de noche, estaba cayendo un bajareque y como ya nos habíamos detenido, el frio empezaba a calar los huesos.

La mayoría del grupo rompió el campamento en la planicie del cráter, solo unos cuantos (aún más locos que el resto) se fueron para llegar e instalarse en la cima donde están las antenas.
Definitivamente que mi momento favorito fue cuando ya instaladas las cabañas, entre todos empezamos a hacer una fogata y a compartir los víveres y vasijas que habíamos llevado.  Los que estaban bien le repartían la sopa caliente a los que habían sufrido las consecuencias de la fatiga.  Sentí que en ese momento fue cuando se vio la verdadera unidad del grupo, fue hermoso.

Después de comer, los más “duros”, nos quedamos afuera de las cabañas a echar cuento y a pasar la ronda de la pacha con Ron Abuelo, que en esos momentos salvó la patria. Estábamos tan entretenidos que pareciera que el frio que llego a 0 grados o poco menos, no nos hacía nada.

No dormí nada esa noche, jamás en la vida había experimentado tal nivel de frio. La tienda de acampar no solo estaba fría, sino mojada, no podías tocar sus paredes. Y si, teníamos bolsas de dormir cada uno y hasta mantas térmicas que sirvieron pa’ nada. Tenía 3 pares de medias puestas. Llegue a pensar que iba a perder los dedos de los pies.

La gente empezó a levantarse aun de noche, para poder llegar a la cima y esperar el amanecer. Yo temblaba de frio y del estrés de no dormir, pero aún tenía mis dedos. El vapor salía de las bocas y narices de todos como si fuera humo blanco.

El ascenso fue difícil, hay lugares muy empinados y si no miras bien donde pisas, puede que no te vuelve a ver nadie nunca más.

Empezó a amanecer, ya había personas en la cima tomándose fotos. Es un lugar muy reducido donde no se puede dar pasos en falso. Para cuando todo nuestro grupo de 15 personas se había reunido en el punto, ya había que formar fila para tomarse la foto en la cruz.

No sé en qué momento me convencieron de treparme encima de la cruz para tomarme esa foto espectacular. Tomen nota que yo sufro de vértigo.  Pienso que también debo ser masoquista para hacer ese tipo de cosas. Pero hablando en serio, de esto se trata este paseo, de superarse a ti misma. Esto no es para tomarse lindas fotos, para parkear con la gente o solo para matar un fin de semana que no tienes nada que hacer, ESTO ES PARA DECIRTE A TI MISMA “YO LO HICE!”. 

Parada ahí, a más de 3 mil metros de altura y los 2 metros adicionales que mide esa cruz, fue uno de esos “breath taking” momentos cuando vez el sol salir por encima de las nubes y el aire frio y puro rozándote la cara. Imagínate que por lo angosto del istmo de Panamá y a la altura del volcán, en un día claro podrías ver el océano Pacífico y el mar Caribe desde su cima.

Luego bajamos al campamento, desayunamos leve y empacamos para bajar.

A la vuelta tuvimos un incidente, alguien se cayó y se golpeó bastante fuerte, tanto así que la tuvieron que bajar corriendo y llevar al hospital en uno de los transportes que nos trajo. Eso es como para recordarnos que el sendero no es ningún relajo, miren por dónde pisan.

Casi en la mitad del camino me dolían tanto las rodillas, por el constante golpe del paso de la bajada, que tuve que tomar pastillas.  Pero más que las rodillas, lo que me dolió, dio tristeza, rabia y asco ver cuanta basura había por todo el sendero. Me preguntaba “En serio???!! Esto es en serio lo que hace la gente dizque AMANTE DE LA NATURALEZA?!” Yo los haría tragarse toda la basura que tiran.

Bueno tanto fue nuestra indignación, que mi novio y yo llenamos dos enormes bolsas de plástico de la basura que encontramos por el camino y las bajamos, con la ayuda de dos jóvenes más, cargándolas casi de la mitad del sendero hasta un punto abajo en donde la recogen, supuestamente.

Realmente me alegro haber contribuido, aunque sea un poquito, con que el sendero fuera un poco menos asqueroso gracias a los turistas que lo visitan.


Admito que no vi nieve en la cima del volcán, pero no fue necesario, ya que llegue al punto de casi congelamiento, fue genial.  Y creo que nadie vuelve igual después de esa experiencia, algo cambia en ti. Esta experiencia te hace crecer como persona. No hay lugar igual en Panamá como ese sendero y por lo menos una vez en la vida hay que experimentarlo con todo!

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